CARLOS SCHILLING


Mencionado por:

Laura Pratto

Menciona a:

Daniel Vera

Alejandro Schmidt

Carlos Surghi

María del Carmen Marengo


bio/biblio:


Nací el 28 de diciembre de 1965, en Sunchales, provincia de Santa Fe. Vivo en Córdoba desde 1984. He publicado los libros de poesía "Mudo" (2001/ Visor) y (2004, Alción) y "Formas de ver el mar" (2006/ Recovecos) y los de relatos: "Dos variaciones" (1997/ Alción), "Diana y Nadia" (1999/ Alción) y "¿Agua?" (2006/ La Creciente). Además publiqué en varias revistas, como El banquete, Nombres, Hablar de poesía, Poesía y Poética, Diario de poesía, entre otros. Trabajo como editor del Suplemento Cultura y la sección Espectáculos del diario La Voz del Interior, de Córdoba.



Poemas:

pertenecientes al libro "Confesiones impersonales"

**

Ahora mismo empieza la canción

de las últimas horas y las voces

que la cantan parecen ser tu voz,

tu propia voz, la voz de las mujeres

y los hombres que no pudiste ser,

que no quisiste ser, la voz que ladra,

la voz que muge, la negada voz

que surge como baba de tu boca

que es la boca de nadie, sin palabras,

sin música y sin aire, despojada

también de toda carne que no sea

la carne ya mordida de tu lengua,

más amarga y más dura que la roca,

cuando muda repite la canción

de las últimas horas, la canción

que no te nombra, la canción final

para los huesos nunca sepultados

de las vacas, los perros, las mujeres

y los hombres que no pudiste ser,

que no quisiste ser, y te transforma,

te anula y te transforma en el silencio

de un planeta lejano, no visible

desde la Tierra, donde sólo puede

haber viento que choca contra el viento,

niebla y gases que forman remolinos,

un planeta desviado de su órbita

original y sin un sol que guíe

su caída hacia qué galaxias nunca

nombradas, nunca vistas por tus ojos,

más allá, más abajo, más adentro,

donde ahora comienza la canción

de las últimas horas y en ninguna

voz persiste el sonido de tu voz.



**





Sepultaría el mar junto a tus huesos

si tuviera el poder de suprimir

los paisajes que viste en este mundo

cuando yo todavía no era nadie,

y construiría un muro entre tus ojos

y el cielo estrellado para darle

a tu mirada una lección de sombras;

sí, te quiero encerrada, enceguecida,

convertida a la fe que en mis deseos

se expresa y en mis actos se revela,

te quiero sin memoria, sin pasiones

extrañas, sin más vida que mi vida,

te quiero, ya sabías que te quiero,

y es justo que cambiaras tu apellido

por mi apellido y que tu nombre fuera

un tributo a mi nombre: nada tuyo

me pertenece menos que yo mismo

cuando escucho en tu boca mis palabras

y descubro mis gestos en tus gestos,

aunque ninguno pueda distinguir

quién es la luz y quién es el reflejo

en la figura que formamos juntos,

mitad hombre, mitad mujer, moneda

de dos caras y un único valor,

ahora que la arrojo, no a la fuente

de los enamorados, sino al aire

de esta noche que llega a nuestros cuerpos

desde el mar, mientras gira la moneda

sobre sí misma y tiembla su destello

fugaz contra el destello permanente

de las estrellas, antes de caer

a tus pies y mostrar que la fortuna

no se opone a la ley de gravedad.

**



A Marisa Badino, cuántos días

después de nunca más... Ninguna cuenta

regresiva es posible cuando el sol

gira en sentido opuesto al espiral

de tus pasos (¿terrestres o celestes?)

y cifrar con palabras todo el tiempo

no vivido parece la medida

justa del desconsuelo. Pero digo,

Marisa, que tu nombre de tan fácil

rima rechaza por igual la brisa

caliente del verano entre los pinos

del cementerio público en Sunchales

como la breve risa del borracho

que levanta su copa sin saber

cómo se llama la difunta... Sos

una difunta, ¿viste?, sos la vieja

que no llegaste a ser, porque los muertos

siempre resultan anticuados, turbios

y pasados de moda en sus posturas

de muñecos de cera. Yo prefiero

no haber estado en tu velorio y gracias

le doy a quien no creo por vivir

tan lejos de tu fosa que me siento

libre de refutar la corrupción

de tu cuerpo, tachar con una cruz

de tinta cada bicho o cada yuyo

que brote de tus huesos, y encarnarte

de nuevo en mis deseos no cumplidos,

para cambiar los años que no fui

nadie en tu vida por un siglo juntos

o una tarde. Que conste en actas: nombre:

Sra. Marisa Badino de Schilling;

domicilio legal: este poema.


**




Nadie me nombra fuera de esta casa,

ninguna voz pregunta qué me pasa,

qué busco, qué rechazo o qué pretendo

cuando muevo mi mano y no comprendo

a quién saludo, ni por qué saludo,

y me veo a mí mismo como un mudo

que trata de inventar otro lenguaje

con gestos y con muecas y con ruidos

y lo único que logro son chillidos,

porque cada palabra es un ultraje.

Nadie me nombra fuera de esta casa;

no son muchos tampoco los que saben

que en los sentidos de mi nombre caben

todos los nombres que el silencio arrasa,

y si el mundo parece un espejismo,

¿como podría ahora ser yo mismo

quien se reconociera en estas cosas?,

y si siempre me escupen en la cara

¿como podría ser yo quien rogara

que los muertos descansen en sus fosas?

Nadie me nombra fuera de esta casa,

y sólo el tiempo acepta los motivos

de la lluvia que cae y de la brasa

que brilla sin saber que estamos vivos;

sólo el tiempo, supongo, me desea

como al mar, todavía, me desea,

como al cielo y a todas las estrellas,

no por quitarme nada que haya en mí

ni para responderme qué hago aquí,

sino para alejarse de mis huellas...,

y antes de abrir las últimas botellas,

decir con una voz que me traspasa:

nadie te nombra fuera de mi casa.



**



Sabemos que sus uñas se clavaron

en la tierra y cavaron y buscaron

en la tierra las cosas que no son

propiedad de la tierra, fotos, joyas,

cadenas, otro mundo más que rastros

del mundo sumergido, otro mundo,

en el barro enterrado, en las cenizas

quemado, otro mundo donde fuera

posible ser lo que perdieron, ser

sus hijos rechazados, ser sus padres

negados, ser abuelos de sí mismos,

y asistir a las fiestas convertidos

en fantasmas, sin cuerpo, sin noción

del cuerpo, descarnados como el aire

que corrompe las frutas y las aguas

y las transforma en moscas, en insectos,

en criaturas con alas transparentes,

despojados de toda condición

humana o animal: neblina, menos

que neblina, sustancia reducida

al espanto de no tener un nombre,

y decirse en palabras siempre ajenas,

emitidas por voces que se funden

con el viento y se alejan en la noche,

no hacia las estrellas, hacia el cielo

contrario, hacia el punto donde nadie

puede saber a quién están llamando,

a quién le están pidiendo que regrese,

mostrándole las fotos, las cadenas

o las joyas por fin desenterradas...,

y ahora, ¿dónde lavarán sus manos,

sucias de barro, plantas y cenizas,

y en qué materia clavarán sus uñas?



**



Cuando duermo en la cama de mi hija,

no quiero que me miren sus muñecas

con esos ojos de retinas secas,

abiertos día y noche, como pozos

donde siempre parecen flotar trozos

de un mundo sumergido en otro mundo,

y no quiero saber si es más profundo

mi sueño que sus sueños de criaturas

extrañas a la vida, con figuras

que evocan a personas recordadas

a medias y a lejanos seres, hadas,

brujas y elfos, venidos de una tierra

que en sí misma subsiste y se encierra

y late sola bajo un sol negado

a todos; no, no quiero ser el lado

visible de esas formas invisibles,

cuando duermo en la cama de mi hija,

y noto que las dudas son posibles,

que crecen y se nutren de mis huesos

como una efermedad que ni los besos

de un ángel curarían: ¿por qué vivo,

y por qué vive en mí un fugitivo,

un hombre que no puede ser el padre

de nadie?; no, no quiero que me ladre

el perro de peluche, ni que el oso

de plástico me empuje hacia ese foso

de las últimas cosas, donde siento

que termina otra vez el mismo cuento,

y ninguna visión, ninguna cara

viene a llenar el hueco de mi cara,

porque todo es neblina, todo es grumo,

todo se desvanece como el humo,

cuando duermo en la cama de mi hija.


**


Cuando amar se parezca a someter

el propio cuerpo a otro cuerpo humano

o animal y ninguna vida ajena

sea extraña a la carne que reclama

hijos para sí misma y los devora

como el sol, como el fuego, como todo

ser cuya acción precede a su deseo,

tal vez pueda entender cuánta pasión

se concentra en los dientes que trituran

un hueso y en las uñas que desgarran

una víscera, qué verdad expresa

la sangre derramada, tal vez pueda

comprender el sentido condensado

en las formas fetales de un tumor

uterino o saber qué voluntad

cede en cada infección, y si no bastan

las curaciones, ni las fiestas, ni

las canciones sentidas como mundos

que se agotan y vuelven a surgir

a cada instante en busca de palabras

más justas, si no bastan mis plegarias

para fijar la vida que se fuga

de tus labios besados y mordidos

cuando piden reposo, cuando exigen

pastillas o inyecciones, ¿qué repito

repitiendo tu nombre, repitiendo

que tu cuerpo es mi cuerpo, que tus hijos

son mis hijos, y qué predico, qué

predico predicando que tu voz

es mi voz, que tus dientes son mis dientes

y tus uñas, mis uñas, y qué espero

del amor esperando que el amor

no separe tu carne de mi carne?



**



Es un día normal para los monstruos,

¿no?, mi vida, y diría que empecemos

a festejar el sol que vuelve obvias

las manchas en la piel y nos indica

con un dedo de luz esos detalles

(un círculo de agua bajo el vaso,

un reflejo ondulante en las paredes

o una puerta cerrada por el viento)

que no figuran en la agenda diaria

de ninguna persona (¿copiarías

estas palabras?) y que son el día

mismo en sus variaciones transparentes

de ideas no pensadas todavía

por la mente de nadie, ¿no?, mi vida,

¿no?, ¿no? (claro que sí, claro que puedo

exigirte otro beso y maltratar

mis labios como quiera), pero insisto

con el tema del sol y su manera

de rozar este instante con un gesto

fugaz de compasión por las criaturas

que ilumina, nosotros, sí, nosotros

mismos, sus monstruos, sus negados hijos,

que bebemos el agua de los vasos,

levantamos paredes y dejamos

tantas puertas abiertas como cuerpos

que desvestimos (no, no me refiero

a tu cuerpo, mi vida, me refiero

a cuerpos de mujeres ya exiliadas

en algún continente sumergido),

y vuelvo, vuelvo a mencionar la luz

que siempre elige lo que no miramos

y con los restos de la noche crea

este día normal para los monstruos.



**



Glosa a "La noche estrellada"

de Gerald Manley Hopkins



Si todo es compra y todo tiene precio,

tal vez la fulgurante cantidad

de nebulosas en el cielo indica

que valen menos que los ojos fijos

de quienes buscan pueblos y ciudades

ocultos en el fondo de la noche,

y tratan de contar las multitudes

de fuego que conviven en el aire

lejano, más allá del sol y más

allá de los planetas y la luna,

el número imposible de las luces

nocturnas, y encontrar algún sentido

latente en las figuras animales

de las constelaciones, la fortuna,

el destino, las leyes que gobiernan

la vida de los hombres en la Tierra

y trazan sus caminos divergentes

de señores, esclavos o bufones

hasta que sólo quedan dos palabras

ilegibles grabadas en sus tumbas;

no, la orden no es mirar esas estrellas,

ni comprarlas con rezos y paciencia

y limosna y promesas, no, la orden

es mantener los ojos tan cerrados

como puños repletos de monedas

y apostar sólo a la visión fugaz

de una imagen que surge lentamente

desde ninguna parte de uno mismo

conocida y avanza hacia el espacio

exterior en un vértigo de sombras

y luces y rompe el cerco de los párpados

y genera su propio cielo y sube

hasta ser ella misma las estrellas...
* * *

:: commentarios:: 3
At 3 abr 2007, 07:03:00, Anonymous Anónimo : dijo...

Carlos, buenísimos los poemas, donde combinás la forma endecasílabo con la contingencia más trágiga (el nombre propio de alguien, que no se adapta a los acentos obligados), y ni hablar de dormir entre osos de peluche y muñecas siniestras, experiencia compartida, enigma de la época. Raro escribirte acá, cuando vivimos tan cerca. hasta pronto

 
At 5 oct 2007, 06:53:00, Anonymous Anónimo : dijo...

Carlos, gracias por mencionarme. Y gracias por tus poemas, tan hermosos, con esa musicalidad tan tuya. Un abrazo,
María del Carmen

 
At 1 feb 2008, 09:04:00, Anonymous Anónimo : dijo...

Carlos, acabo de encontrar estos poemas (con ese ritmo que te caracteriza) que me encantaron, y te lo quería decir desde acá lejos.
Un abrazo
Marcelo

 

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