DIEGO MUZZIO
mencionado por:
Enrique Solinas
Griselda García
Gustavo Alvarez Nuñez
Menciona a:
Cecilia Romana
Enrique Solinas
Adrian Sánchez
Pablo Anadón
Griselda García
Silvio Mattoni
bio/biblio:
Diego Ignacio Muzzio nació en Buenos Aires en 1969. Cursó estudios de Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Ha publicado El hueso del ojo (Editorial Filofalsía, 1991), Sheol Sheol (Grupo Editor Latinoamericano, 1997), Gabatha (Editorial Práctica Mortal, México, 2000), Hieronymus Bosch (Ediciones del Dock, 2005) y La asombrosa sombra del pez limón (Cuentos infantiles, Ediciones SM, 2005). Obtuvo los siguientes premios: Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes (1997), Primer Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz (2000), Segundo Premio de Poesía del Fondo nacional de las Artes (2004).
poemas:
Carta a mi padre
La luz que crecía detrás del palomar,
entre las patas de los pájaros;
esos pequeños filamentos de luz
entre una pata y otra,
esa luz ya no está.
Lanzábamos piedras a las palomas
rojas del barro del aire,
y esperábamos, junto a los pinos,
que volaran a dormir en nuestras manos.
Las hormigas que iban y venían
en la cocina,
entre cáscaras de papa y fósforos apagados
han cambiado de territorio;
ya no se las ve, laboriosas,
correr entre las legumbres.
Los primos las perseguían;
debajo de la lupa
el sol las calcinaba.
Yo miraba, fuera del círculo infantil,
y pensaba en nosotros en lugar de las hormigas.
El tiempo sólo me ha dado tiempo.
Ahora recuerdo
estas pequeñas cosas que nos pertenecían.
Ayer una paloma quedó enredada
en las ramas de un árbol
como el barrilete rojo hecho de cañas;
ya no seré sacerdote,
sigo creyendo en Cristo.
A veces siento que hunde sus manos
en la neblina verde que rodea mi cabeza,
y su sangre entra en mi sangre
como un torrente oscuro, un río melancólico;
entonces apoya sus labios en mi mejilla
y en un susurro me dice:
“Resiste. Debo abandonarte.”
De Sheol Sheol, Grupo Editor Latinoamericano, 1997
Malleus Maleficarum
Tampoco hay que encerrar demonios en un frasco
si se desea librarse del brazo secular.
Nicolau Eimeric
Manual de los Inquisidores
Cómo me gustaría mirar viejas películas para siempre,
los dos en la cama, bajo mantas amarillas, con grandes
tazas de café y el invierno tejiendo su escarcha entre
techos y torres como una inmensa araña blanca.
Pero la Fama, abandonando su palacio de bronce sonoro,
reclama mi presencia en los estrados de Rialto, o lejos
en Monte Spinato, o aún más lejos en Blakulla, y debo atender
a mis asuntos porque, amor: estamos perdiendo la perspectiva.
Estamos perdiendo la partida de ajedrez contra la sombra.
Cuando salgo a caminar y me demoro en algún bar y
oigo los postreros saxos del desmembramiento
o mientras espero al gondolieri que me lleve
a la otra orilla del Canale della Misericordia:
si tus ojos vieran lo que ven mis ojos, entonces, amor,
debería excomulgarte, colgarte de tu pelo rojo,
hundir tu pulmón de oro en el pájaro de sangre de la lluvia.
Ayer a la mañana: ¿no estábamos de buen humor?
¿No reíamos y retozábamos entre las reliquias,
no pesaba yo tus senos como dos cabezas
de gemelos que salieran de tu tórax, no buscaba,
tembloroso, orando por las dudas, el tercer pezón
que alimenta los rebaños de espíritus inmundos?
Pero hoy estás tan triste... El biper no deja de sonar,
mientras tus manos ordenan, amorosas, los instrumentos
en la maleta de terciopelo negro, regalo del Dux
en reconocimiento a la quema de brujas en Bolonia.
Tengo dos entradas para el cine. Esa es la sorpresa.
Y reservas para un largo viaje más allá de los canales,
más allá de San Michele y el regno della morte gente.
Amor: no te aflijas. Nuestras acciones suben sin cesar
en los cofres de la Jerusalén celeste. Somos inmortales.
Y estamos en el mejor momento de nuestras vidas.
De Hieronymus Bosch, Ediciones del Dock, 2005
Ventanas iluminadas
Abre los ojos. Su mano cae sobre los libros
apilados junto a la cama, toma uno al azar
y lee un poema: es como abrir una ventana
en una casa desconocida, a la que llegamos por la noche,
agotados de caminar bajo la lluvia helada.
Aún somnoliento, su cerebro organiza el trabajo:
¿puede aprovechar algo de sus sueños?
El asno que cae de lo alto de la montaña
o aquella voz que, en la oscuridad, afirmaba:
"la muerte es una silla en una habitación vacía".
Escribe. Corrige. Vuelve a escribir. La tarde despliega
la pregunta de siempre y, al anochecer, cree encontrar
una respuesta en otro libro abierto al azar:
debo escribir poemas, la más fatigante de las ocupaciones.
Enciende la luz. Se acerca a la ventana. Otras luces
resplandecen a lo lejos, entre las copas de los árboles.
Algunas permanecerán encendidas hasta la madrugada.
Inédito
Enrique Solinas
Griselda García
Gustavo Alvarez Nuñez
Menciona a:
Cecilia Romana
Enrique Solinas
Adrian Sánchez
Pablo Anadón
Griselda García
Silvio Mattoni
bio/biblio:
Diego Ignacio Muzzio nació en Buenos Aires en 1969. Cursó estudios de Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Ha publicado El hueso del ojo (Editorial Filofalsía, 1991), Sheol Sheol (Grupo Editor Latinoamericano, 1997), Gabatha (Editorial Práctica Mortal, México, 2000), Hieronymus Bosch (Ediciones del Dock, 2005) y La asombrosa sombra del pez limón (Cuentos infantiles, Ediciones SM, 2005). Obtuvo los siguientes premios: Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes (1997), Primer Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz (2000), Segundo Premio de Poesía del Fondo nacional de las Artes (2004).
poemas:
Carta a mi padre
La luz que crecía detrás del palomar,
entre las patas de los pájaros;
esos pequeños filamentos de luz
entre una pata y otra,
esa luz ya no está.
Lanzábamos piedras a las palomas
rojas del barro del aire,
y esperábamos, junto a los pinos,
que volaran a dormir en nuestras manos.
Las hormigas que iban y venían
en la cocina,
entre cáscaras de papa y fósforos apagados
han cambiado de territorio;
ya no se las ve, laboriosas,
correr entre las legumbres.
Los primos las perseguían;
debajo de la lupa
el sol las calcinaba.
Yo miraba, fuera del círculo infantil,
y pensaba en nosotros en lugar de las hormigas.
El tiempo sólo me ha dado tiempo.
Ahora recuerdo
estas pequeñas cosas que nos pertenecían.
Ayer una paloma quedó enredada
en las ramas de un árbol
como el barrilete rojo hecho de cañas;
ya no seré sacerdote,
sigo creyendo en Cristo.
A veces siento que hunde sus manos
en la neblina verde que rodea mi cabeza,
y su sangre entra en mi sangre
como un torrente oscuro, un río melancólico;
entonces apoya sus labios en mi mejilla
y en un susurro me dice:
“Resiste. Debo abandonarte.”
De Sheol Sheol, Grupo Editor Latinoamericano, 1997
Malleus Maleficarum
Tampoco hay que encerrar demonios en un frasco
si se desea librarse del brazo secular.
Nicolau Eimeric
Manual de los Inquisidores
Cómo me gustaría mirar viejas películas para siempre,
los dos en la cama, bajo mantas amarillas, con grandes
tazas de café y el invierno tejiendo su escarcha entre
techos y torres como una inmensa araña blanca.
Pero la Fama, abandonando su palacio de bronce sonoro,
reclama mi presencia en los estrados de Rialto, o lejos
en Monte Spinato, o aún más lejos en Blakulla, y debo atender
a mis asuntos porque, amor: estamos perdiendo la perspectiva.
Estamos perdiendo la partida de ajedrez contra la sombra.
Cuando salgo a caminar y me demoro en algún bar y
oigo los postreros saxos del desmembramiento
o mientras espero al gondolieri que me lleve
a la otra orilla del Canale della Misericordia:
si tus ojos vieran lo que ven mis ojos, entonces, amor,
debería excomulgarte, colgarte de tu pelo rojo,
hundir tu pulmón de oro en el pájaro de sangre de la lluvia.
Ayer a la mañana: ¿no estábamos de buen humor?
¿No reíamos y retozábamos entre las reliquias,
no pesaba yo tus senos como dos cabezas
de gemelos que salieran de tu tórax, no buscaba,
tembloroso, orando por las dudas, el tercer pezón
que alimenta los rebaños de espíritus inmundos?
Pero hoy estás tan triste... El biper no deja de sonar,
mientras tus manos ordenan, amorosas, los instrumentos
en la maleta de terciopelo negro, regalo del Dux
en reconocimiento a la quema de brujas en Bolonia.
Tengo dos entradas para el cine. Esa es la sorpresa.
Y reservas para un largo viaje más allá de los canales,
más allá de San Michele y el regno della morte gente.
Amor: no te aflijas. Nuestras acciones suben sin cesar
en los cofres de la Jerusalén celeste. Somos inmortales.
Y estamos en el mejor momento de nuestras vidas.
De Hieronymus Bosch, Ediciones del Dock, 2005
Ventanas iluminadas
Abre los ojos. Su mano cae sobre los libros
apilados junto a la cama, toma uno al azar
y lee un poema: es como abrir una ventana
en una casa desconocida, a la que llegamos por la noche,
agotados de caminar bajo la lluvia helada.
Aún somnoliento, su cerebro organiza el trabajo:
¿puede aprovechar algo de sus sueños?
El asno que cae de lo alto de la montaña
o aquella voz que, en la oscuridad, afirmaba:
"la muerte es una silla en una habitación vacía".
Escribe. Corrige. Vuelve a escribir. La tarde despliega
la pregunta de siempre y, al anochecer, cree encontrar
una respuesta en otro libro abierto al azar:
debo escribir poemas, la más fatigante de las ocupaciones.
Enciende la luz. Se acerca a la ventana. Otras luces
resplandecen a lo lejos, entre las copas de los árboles.
Algunas permanecerán encendidas hasta la madrugada.
Inédito
* * *
Publicar un comentario