JUAN DIEGO INCARDONA
juan diego
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Noelia T. Vera
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Noelia T. Vera
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Nació en 1971. Dirige la revista de literatura, arte y pensamiento el
interpretador
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Administra el blog
http://diasqueseempujanendesorden.blogspot.com/
poemas:
LA MÚSICA ROTA
Por Juan Diego Incardona
1
En las noches de invierno, primero,
ese brillo de la expectativa: la
especulación; después la escalera
en la Facultad de Ciencias
Sociales sobre la calle Marcelo Té,
los ojos verdes que estampan la tela
de suave nocturnado, y zambar
el beso en Plaza Houssay, el viaje
a Ushuaia con objetos, el consoliente azul
junto al Lago Argentino en el Parque
Nacional, y alcanzarte en el paseo, pero breve,
trágicos los episodios entintados, pero de amor
la convivencia supura en Haedo,
es grito feroz y es final: el timbre
arrebata y plasma, encuentra vocecita
el flete que a ella exige con sus cosas, y yo,
hermano de mi cuerpo junto al matinal,
no puedo tolerar la gente desesperada que grita
(por mi boca)
y escapo Juan famélico a la música,
lejos del departamento horizontal y los cerastas
vecinos, de las propétides chismosas,
de los jueces de la panadería,
del taller, del kioskito, golpeando con los pies
cada segundo un segundo final en la corrida
por la calle que se rompe como la caja
de la guitarra (regalo de ella)
adentro de la caja del flete en movimiento.
2
Ana cargó sus cosas y salió de la casa
cuando yo famélico a la música escapaba,
fascilante, estrechoso cuesta abajo
hacia Rivadavia y la vía del Sarmiento
a través de calles interiores, de veredas
que prenden las luces, que apagan las luces
en la romería y en el obbrutesco
de las facciones, campo inevitable, campo
irreparable; miren cómo el cuerpo
de repente se ha transformado
en una postura de ademanes paralizados.
Llegué caminante negro-blanco como este túnel,
ausente como un hombre de fotografía,
intermori, demori,
decedere, obire,
eppetere, perire,
interire uno dos uno dos contrario al flete,
dentral, roctúmbilo de una mañana con sol blanco
en el conurbano residencial,
mientras enanizaba el día.
Esto no lo sabe nadie:
Me senté en el piso
al lado de la vía, dos cuadras
pasando la estación Haedo.
Pensé, con la salina y el ojo
hinchado, acaso dormir, por qué no,
la música permanente, apoyado
junto a mis solsticios treparía árboles
debajo del tren, y no importarían las caras
ofuscadas acá, burlonas allá, de los pasajeros,
de los policías y los bomberos que me rodearían,
porque puertal me acunaría lentamente
sobre la hemorragia acolchonada y el hormigueo,
adormilado y cubierto por el canto rodado,
entre durmientes dobre t de acero,
veloz en un flete que desbarranca
en el precipicio de nuestras imágenes
del sur, del viaje al sur, del viaje a dedo.
3
Sentado cerca de los rieles imagino la película
oyendo voces posteriores en los metales
en movimiento: un regodeo por la tristeza familiar
y la desesperación de ella.
Ana saltará las vallas y abrazará su Juan descuartizado
por las ruedas: los despojos esparcidos del romance perfecto.
La sangre y los cuerpos multiplicados de mi cuerpo
serán un cáliz en sus manos
para los pasajeros. Uno a uno
comulgarán nuestra historia en Haedo,
un poco en Morón,
un poco menos en Castelar.
Imagino el final como un conjuro a la desgracia:
nos veo en la felicidad restaurada, doméstica,
corriendo los muebles como por arte de magia
y barriendo el polvo que entró por la ventana
no sé de dónde.
A la noche subiremos la escalerita caracol
hasta la terraza, donde comimos pan dulce
y descubrimos al colibrí entre los árboles.
Pero campito distante el preámbulo cede
y el pasto se marchita detrás
de la cortina, se deshace el paisaje
porque surge ante mí la ciudad profunda,
indiferente, que ignora mis delirios
y apenas oye un chapoteo de rulemanes.
Entonces me apabulla el tren
que puede aplastarme, arrastrarme
las tripas por cientos de metros, y me espanto,
doy un paso atrás, y otro, uno más,
y qué vas a hacer ahora, decime qué,
caído, pálido, decímelo, agrietado, gritás,
llorás, la gente te ve, te caés y querés rezar,
te arrastrás como un loco sobre la basura,
Juan encadenado, afónico en el patetismo,
inventado para el piso,
no habrá salida ni gentilezas,
sólo tiempo, mucho tiempo
aferrado al dolor en el estómago,
al herpes en el ojo, a la alergia y el edema de glotis,
a la fobia y la taquicardia,
que el cuarto negro y chiquito te espera en Boedo,
limpiador de inodoros, allí comerás negrura,
comerás silencio y nada te alcanzará,
muerto de hambre;
ella no contestará tus llamados
y así volverás a la idea
junto al balcón y el vacío,
pero darás un paso atrás,
otra vez, y otro, uno más,
aunque te martillen la sien
te atarás a la pata de la cama
(Juan siempre atado tu cadáver tibio
que mira al sur, en un viaje al sur,
en un viaje a dedo) y mirarás las imágenes
del sur, del viaje al sur, del viaje a dedo;
porque la campanilla del teléfono está muda
como las fotos, porque los años
pasan contra el piso del departamento,
el sur,
el viaje al sur existe,
el viaje a dedo.
* * *
Hermoso Poema desesperado,Juan. Me gusta esa densidad afilada obsesivamente.
Mucho me habían hablado de vos amigos que te admiran. Te escuché en Los Mudos el otro día y me quedé con la boca abierta. Ahora leo estos poemas. Espero que si en el club se aprietan un poquito quede lugar para una admiradora más. Así da gusto salir y conocer gente, Incardona. Selva.
Muchas gracias a las dos.
Besos!
Ah, me encantó lo que escribís, Juan. Muy urbano y a la vez sutil,como escapando hacia otra dimensión, re lindo.
te dejo un beso,
Lilu
Juicio de gusto: me gusta lo que escribís... pero creo que a veces quedás demasiado preso en un ritmo o una cadencia muy estable, regular. Desde mi punto de vista, eso quita intensidad.
Saludos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Este poema es terrible y me cala bien hondo.
Precioso.
Saludos
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