NATALÍ TENTORI
natali
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mencionada por:
Malena Rey
Paula Peyseré
Margarita Roncarolo
menciona a:
Blanca Lema
Quio Binetti
Selva Almada
Fabián Casas
Margarita Roncarolo
Mariana Nadaja
Pau Peysere
Roberta Iannamico
Damian Galateo
Alejandro Berón
María Laura Balbi
Poemas:
eso del verano en el campo
Mamá si podía me pegaba
La abuela no era sí
la abuela era Distinta
me acuerdo bien
tengo la cara, los gestos de ella claritos
nítidos mejor que una foto.
La abuela esgrimía y cosía
entre palabras y esos gestos suyos tan inocentes
y elaborados
el traje necesario
para que yo estuviera a la altura de mi abuelo
cuando él llegara de su faena.
Aunque hubiese estado jugando carreras de cascarudos toda la tarde
o aunque me hubiese quedado tonto como una nena
mirando bailar a los renacuajos
en el fondo del tanque australiano,
cuando llegaba a lo de la abuela
ella me limpiaba la cara
con la punta del delantal.
Me decía
“tontito”
al principio cuando llegaba,
pero era sólo la manera más cómoda
para condecorarme caballero real,
señor limpio y distinguido
que se apresta a esperar
a otro señor limpio y distinguido
intercambiarse saludos y
compartir un vermut,
unos tentempiés antes de la cena con el gran patriarca.
Porque cuando llegaba el abuelo
ella nos traía dos vasos
y después el abuelo me servía un culito de fernet,
a mí, en el vaso.
Yo sabía eso.
Él
me servía porque ella
traía dos vasos.
Previo me recibía, a mí solo
(yo llegaba un rato antes de que llegara su marido)
y me acomodaba la ropa
y me llenaba el cuello de besos
y palabras perfumadas de importancia como
condecoraciones de la realeza.
Yo quedaba hecho
todo un hombre
de sangre de la familia por línea directa para
esperar a mi abuelo.
Mi abuela me dejaba ahí tranquilo,
mientras se apuraba a preparar un postre especial para que yo los acompañara con la comida.
Y me quedaba sentado en la galería
con las piernas colgando de la reposera y la mirada
bien clavada en el horizonte,
como una pala que no iba a dejar de cavar en ese sitio
hasta que viera a mi abuelo salir,
aparecer de la nada y de la tierra,
montado en el caballo
compañero
en el que yo había aprendido a andar una vez.
Avanzaba,
haciendo crecer su figura
de diminuta a cada vez más grande
y más,
trayendo el sudor del día entero
de haber trabajado la tierra, arrastrando
el cansancio que hacía galopar al animal de memoria hasta la tranquera.
El caballo y mi abuelo
volvían los dos
con los ojos cerrados cuando termina el día,
no necesitaban mirar nada, ni podían,
volvían con el instinto de
a beber un poco de agua y llegar.
Llegar a la palma de su mano
su sillón
ese beso
una mujer
el mate que estire el hambre hasta que esté la cena.
Y si en eso se encontraba con el nieto,
era despiadado
¿de dónde le salía el humor a esa hora de la tarde?
Pero si yo
sabía que se había levantado antes que el sol y que los gallos
¿cómo tenía la impudicia de sentarme a esperarlo vivo a esa hora?
Pero cuando el viejo me divisaba
ahí sentado en la galería,
cuando abría un poco los ojos,
unos dos metros antes de llegar a la casa
y me veía,
dejaba derrumbar los estribos y
la sabiduría sudorosa y
llena de tierra se le resbalaba y
se convertía en
mi abuelo.
Y me decía,
antes de que yo le dijera nada él me decía:
“Hola abuelo”
y yo me reía y le decía “Hola abuelo loro”.
Entonces también yo
me transformaba un poco en el abuelo
y nos permutábamos los lugares
como cuando jugábamos a la paleta en verano.
* * *
Esta chica vale su peso en oro
como dice el indio solari, el lujo es vulgaridad
Vine raudo a cabalgar, no podía ser de otra manera, mucho ingenio, tiempo largo y silencios
Muy bueno, Natalí, exquisito. De lo mejor que se lee en este blog, y hay mucho y bueno.
Como no hay biografía, te busqué en el google -en el google salismo todos por H o por B o por V-. Desde allí di con otros poemas tuyos. De verdad creo que sos una muy buena escritora. Se me ocurre que estás pensando en escribir narrativa, novela, si no los has hecho ya. Saludos. Iris.
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