Paola Ferrari
Arturo Carrera
Francisco Garamona
Daniel Durand
Miguel Ángel Petrecca
Valeria Iglesias
Julia Sarachu
Una bufanda verde
Todo se definía en estirar
el brazo y estrechar la mano.
No disimulaste tu pesar: el brazo
envuelto en tejidos de lana y algodón,
porque era invierno, entonces te
pareció delicado el gesto de
sacarte el guante verde
que te regalé en el día de
San Patricio, un par de guantes,
un gorro y una bufanda.
Era fines del verano
y era mi modo de decirte
que ese invierno sería nuestro,
pero no fue así.
Sería yo, quien tropezando
entre los adoquinados de San Telmo
preguntaría:
¿qué es lo que quieres de mí?
y antes de esperar una respuesta
paré un taxi, dejándote con un
“no va más”.
Y desde entonces jugamos
a que no nos conocemos
y hacemos simulacros de
nuestro primer encuentro.
En las paredes de mi pensión
siguen colgadas las reproducciones
de Modigliani, y en tu cuello
cuelga esa bufanda que fue
la primera que tejí, pero
nunca lo supiste porque
te mentí, porque te dije
que tejía bufandas, como
te mentí en casi todo.
Y me da un poco de impresión
verte entrar a
con una parte de mí colgando
de tus hombros.
Todos llevamos algo de otros,
como si fuese imposible
despojarse de fantasmas.
Yo cuelgo un par de aros
de plata quemada desde
los dieciocho años que me
regaló un surfer de
Lima, y no porque lo aprecie
sino porque me son
cómodos, y acaso a ti te acomode
que yo cuelgue de ti
porque últimamente te paro colgando, y
a la tercera llamada te digo
que mi teléfono anda averiado, pero
la averiada soy yo, que no entiende
nada, aunque no menos que tú, que
te empecinas todas las noches en
escuchar Nocturama, porque algún día
te dije que ese disco me podía, y así
cada vez que llegaba a tu casa
sonaba Nick Cave. Y yo sé
que prefieres el post punk, pero
más te gustaba que me sentara
en tus piernas y empezara a
hamacarme hasta quedar
dormida en tus brazos.
No fui yo quien eligió las velas
en las cenas. Nunca me atreví
a decirte que me producían angustia,
que me retrocedían a los apagones de
mi infancia en los ochenta, atenta
al grito de algún vecino: la luz!
y entonces la habitación se llenaba
de aplausos, y empezaba el festejo, y
una sonrisa brotaba de mis labios, para
distraer mi pensamiento puesto en
la bomba, la torre, los muertos.
Pero cómo explicarte todo eso, si
no lograbas entender que la leche
en mi país es evaporada, y que en el
gobierno aprista el pack familiar:
un kilo de azúcar, uno de arroz y
leche enci, que no era evaporada, y
tampoco era leche: yeso y cal, que
acompañábamos con pan tolete, que
era popular, pero no era pan.
Y sin embargo estábamos los dos
sentados en la misma mesa, en el
mismo balcón, viendo
cómo pasaban las estaciones en
los trajes de la parejita del 5ºB
del edificio de Salguero, y era la
esquina de Soler la que nos iba marcando
el paso del tiempo, porque tú
estabas alienado a tu trabajo, y yo
en el intento de capturar tu atención.
Ya han pasado dos veranos, y no voy
a negar que cada tanto paso
para mirar tu balcón, y
no es verdad que te he olvidado, porque
como en todo te he mentido, pero
de esto nada sabrás mientras
estiras el brazo y pides un café.
**
Olvidé la maleta. Estaba destinada al fracaso.
No lograría hacer la gran Kundera: llegar a tu
casa y desvanecerme, pedirte un vaso de agua
y quedarme para siempre, haciéndote de sombra.
No tenía respuestas y tú, ninguna pregunta
estábamos empatados en el juego del silencio.
La casa era nueva, al menos para mí,
que todo me resultaba ajeno. Los pasillos,
las interminables puertas y el olor a guardado.
Huele a humedad –te dije- abre las ventanas.
Se sale por la puerta –me respondiste.
La preservación de la memoria. mi olvido estallido.
Lugar lleno, lugar vacío, lugar desbordado.
Soy experta en cortar el silencio, y en
producir cortocircuitos cuando abro la boca.
No quería decir una palabra y que todo
terminara como siempre. Tú, diciéndome
que nunca cambiaré y yo, haciéndote reproches.
Odio la sensación de estar haciendo pis
fuera de la tapa, odio cuando siento que
una gotita resbala por mi entrepierna,
imparable y llega a mi tobillo, y lo único que
deseo es que se pierda hasta mi talón
para nunca más volverla a ver.
Estás sentado, mirándome. Me siento una gotita
y lo único que quiero es desaparecer.
No me mires así – te digo.
No me digas lo que tengo que hacer- respondes.
Cuando te veo me dan ganas de treparme
arriba tuyo, y matarte a besos.
Gonzalo una vez me dijo que yo no aceptaba
el miedo que sentía por él. Y me reí, porque
no entendía lo que me quería decir. Acaso
yo te de miedo, y no me aceptas.
Te digo que te extraño, y me dices que
no empiece otra vez con lo mismo.
Un aluvión se apodera de mis ojos, no puedo
ser tan débil. Siento cómo la sangre se
concentra en mi nariz. Creo que voy a llorar.
Nunca sé por qué siempre termino a tu lado.
Ahora iremos a alquilar una película, cocinarás
la cena y despertaré con la cabeza apoyada
en tu pecho. Otro día traeré la maleta.
**
Replegar las palabras, volverse
silencio. Repetir las formas sin
caer en el error de la copia. No
ser siquiera la imitación de otro.
Todo se torna extraño, todo
se torna lo mismo. Yo, sumergida
en la ciudad abandonada, presa de
historias que ya todos olvidaron
menos yo, que me fui y me quedé
en un tiempo suspendido.
Me fui quedando, y quedo en
fantasmas. Quedada es aquella
que se deja estar. Quedada también,
la que se fue jurando no regresar.
Ahora el espejo roto, y mi
empecinamiento por reconstruir
una imagen astillada.
El silencio está hecho de mentiras.
Pero no me convenzo. No puedo mentirme.
No puedo adherirme al silencio.
Hipotecar mi palabra y vestirme de otra.
Alguna vez alquilé frases hechas, habité
lugares comunes y vendí baratijas. Ahora,
no perdono el hecho de sentirme embaucada
en casas sin techo, en donde suenan objetos
hechos de vitreaux. El vidrio me lastima.
Duele el vidrio soplado. Siento vértigo
de adentrarme en la feria de objetos artesanales.
Hecho en casa. Hecho a mano. Hecho mierda.
Desecho.
Y me despojo de todas las palabras que
aprendí en los libros del mostrador de vanidades.
Una sola palabra te legitima. Una palabra te nombra.
Uno mismo se nombra, se llama,
pero no voltea.
Bio/biblio:
Luisa Fernanda nació en Lima en 1979. Escritora y actriz. Colaboró con las revistas Lea, Plebella, Umbral. Como dramaturga escribió las obras Deimos (Lima, 1998) ySueño en la ciudad (Lima, 1999). Coordinó el Proyecto Cultural Extravío Letal -artes y letras- (2002-2004). Condujo el Ciclo mE! -homenaje a músicos compositores- (2004). Editora de Pistilo publicación independiente de poesía que reúne textos de poetas jóvenes peruanos y argentinos.
Publicados: Pistilo nº 2 y 5. Manténgase fuera del alcance de los niños editado por Color Pastel (2006), POSTIZAS (Lima, 2007). Más info: http://www.luisalindo.blogspot.com/
http://postizas.blogspot.com
Me gustaron mucho los dos textos nuevos que no había leído antes. Y no es un formalismo cuando digo que me gustaron, y mucho.
Luisa, me encantaron los poemas y me hicieron acordar un poco a la novela de néstor sanchez, "nosotros dos" también como tus poemas, escrita desde el desencanto y la transhumancia. Los destellos peruanos, los edificios, los barrios, todo, da un toque melamcólico, pero de una meláncolia hacia adelante...
besos
G
muchas gracias por los comentarios.
luisa fernanda.
Me encantan estos textos, Lu.
¿Sigo siendo esa nena? NOO ya entro a los 27!
Beso
QUÉ DESCUBRIMIENTO!!!!!
Me gusta, me gusta!!
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