Marina Yuszczuk
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Mario Ortiz
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Biografía
Nací en el ´78 en Quilmes pero soy de Bahía Blanca. Allá publiqué Guía práctica de las mariposas con la Cooperativa Editora El Calamar en el 2004 y estudié Letras.
Poética
Algún día voy a tener una poética, no hay apuro. Ahora no sé, porque estoy ocupada aprendiendo a escribir prosa con mis escritores preferidos: Marianne Moore, Gertrude Stein, Hebe Uhart.
Poemas
Crac, crac, cascar
Me gusta la cáscara de los huevos cuando se rompe, no conozco otra cosa que haya nacido para romperse tanto como la cáscara del huevo. Me gustan las botellas cuando se rompen, el ruido que hacen, pero me da miedo. Algunas cosas se rompen de maneras que no sirven para imaginarse nada, como los sobres. Los huesos se rompen, sanan con dificultad. Cualquier ilusión puede romperse; de hecho, todas se rompen y algunas veces se vuelven a armar, pero no exactamente como una película de un vidrio que estalla en mil pedazos y que se pasara marcha atrás, vuelan los pedacitos a reunirse y otra vez es uno, espejeante. Las ideas se rompen, pero no de maneras tan simples como la cáscara de los huevos, ¡crac!, por la mitad, sino como las células que rompen su pared cuando viene un organismo de afuera, y lo incorporan, y se convierten de pronto en otra cosa; como cadenas de átomos que se unen con otras cadenas para formar otros compuestos. Lo que pensamos de los otros puede romperse como un huevo, ¡crac!, y de repente cae yema babosa. Me gustan los huevos revueltos, los huevos fritos, no me gusta mucho tocar la clara, me gusta la yema cuando está más o menos cocida, me gusta batir claras a nieve que es otra manera mucho más invisible de romper proteínas, violentamente, y convertirlas en espuma suavísima.
Una de zombies
Hoy me levanto medio temprano para ir a buscar al tío muerto. Llegué, puf, el olor de las flores, lo de siempre, esa vulgaridad del cementerio en domingo. Los baldes de plástico, las tumbas nuevas forradas de azulejos, los claveles. No se busque acá la sobriedad anglicana de una pradera verde sembrada de lápidas prolijas. El amontonamiento: flores de plástico con fotos en portarretratos, las canchitas de fútbol con los colores del equipo preferido sobre las tumbas de los chicos, las plaquitas de bronce, muchas, las muñecas, juguetes, cositas, los souvenires que se apilan detrás de un vidrio, los azulejos marmolados. Lo busco entre las tumbas todas parecidas, entre pasillos parecidos, gente domingueando. ¡Es la de azulejos beige! Me está esperando. No con una sonrisa sino con esa cara de modorra, algo desorientada, de uno que recién se levanta. Lo agarro de la mano, vamos a tomar el colectivo, le cuento "Nos están esperando, con la comida". El no habla mucho por ahora. Tomamos el 178, ocupamos dos asientos por el medio. ¿Me parece, o corre un movimiento muy callado de desconcierto entre la gente que está en el colectivo, cuando nos sentamos? Algo sutil, un poco de respeto. Mi tío es: un cadáver verdoso con partes de la piel amarillentas, difíciles de describir (no creo que haya nombres para eso, como "cetrino", "oliváceo"), con venitas azules que le pasan por abajo de la piel, tirante y fina. Es cierto que está un poco desprolijo, un poco despeinado. El se sienta derecho y va mirando fijo hacia adelante. Vamos a casa.
Abajo de los sauces
Los sauces hacen ruido parecido al del mar con el viento de acá, eso ya lo dije antes. Tengo un lugar elegido en el patio de atrás donde me tiro al pasto. Me queda un poco de cielo en el medio, y están las copas de los tres sauces alrededor, los dos llorones y el eléctrico. Los llorones son mis preferidos porque se mueven más, pero el eléctrico me gusta mucho por el nombre. Tiene hojas enruladas, fruncidas como por un electroshock, como los bucles que se hacen en mi cabeza que nunca está demasiado tranquila. Estaba leyendo un cuento de Hebe Uhart sobre una directora de escuela que no quiere retar a los alumnos y vino Pancha a chuparme los brazos. Cuando estoy acostada es más alta que yo, es grande y bruta para jugar y en su cariño, la toqué un poco y se me cerró el libro y no había marcado la página. Entonces la reté. Le cayó mal porque se fue enseguida, igual cuando se estaba yendo la llamé, le dije Panchi vení, no te vayas. Ella volvió, me puse el libro abajo de la cabeza como almohada y quedamos mimándonos un rato. A ella le gusta chuparme las manos con la lengua áspera, hasta que se aburre un poco. Después me tuve que venir para escribir, siempre pasan cosas en el patio y uno no puede solamente leer o mirar sauces, nunca se puede estar demasiado tranquilo.
Los días frágiles
En los días de la fragilidad, soy una nena. Pero este desamparo, ¿ya lo tenía yo, cuando era chica? Me parece que sí, a veces me parece recordarlo. Otras veces parece que no importa, lo mando desde el presente para allá, existe. No tengo nada del pasado como no sea lo que inventé después, queda muy poco. Está bien. Como mis abuelas siempre contaban sus historias y alguien las corregía, esto no fue así, no es exactamente así, te lo estás inventando. No hay que corregir nada sin embargo, se escribe como se puede, siempre por razones importantes. Pero me desvío, ¿ves? Ya me desvío. Me quiero bajar en esta vuelta. En los días de la fragilidad soy esa nena que recuerdo, debe haber sido por el ochenta y dos, ochenta y tres, que me anotaron en la colonia de verano del Club Sudamérica. ¡Cómo me daba miedo ir! En un colectivo naranja, que nos venía a buscar a mis hermanos y a mí, a la casa de Wilde. Yo era la que menos se quería separar de mamá, eso me acuerdo. Y que llevábamos un jugo anaranjado en botellas de plástico. Un día fuimos a jugar a una parte de plaza que había en el club, con la profesora de gimnasia y otros chicos. Yo estaba distraída, me distraje, no me acuerdo qué hice o qué miré, pero cuando levanté la vista no había nadie. Todos se habían ido. Era muy grande el club, hasta donde alcanzaba a ver era pasto y más pasto, bajo el sol de las doce, todo vacío. Entonces empecé a buscarlos pero no aparecían. Estuve un buen rato perdida. Igual, si me pongo a pensar, siempre estoy más o menos perdida. Alguien me encuentra un rato y me pierde de vista, me voy o nos vamos, en una vuelta inesperadamente nos volvemos a cruzar, nos saludamos mientras el otro pasa, como una calesita, triste, triste, de caballos que suben y bajan sin parar, mordiendo el freno.
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hola marina, me gustaron tus poemas
quisiera leer algunos más..
si tenés blog, o publicados en algún lugar, chiflame..
estoy tmb en este blog, buscame por ahí..
saludos,
diego
Hola Diego, mi blog es www.museomarino.blogspot.com
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